lunes, 27 de abril de 2015

La mente, almacén de recuerdos

El otro día pensaba sobre mis recuerdos de la infancia. Una vez que empiezas a recordar algunos momentos ves como otros surgen de su almacén sin que hayas hecho ningún esfuerzo por recordarlos.

Creo que algunos de los recuerdos que se tiene constancia clara son aquellos de situaciones o vivencias que, por anecdóticas que hayan sido, se repetían con una periodicidad determinada.

Por ejemplo, el hecho de que una vez al mes aproximadamente fuese con mis padres al pueblo, a cortarme el pelo, creo que es lo que hace que lo recuerde más fácilmente. Sucedía en sábado, por la mañana, y recuerdo cómo mi madre se iba a la compra y otros recados y mi padre y yo íbamos a la peluquería, cogíamos vez/turno (hace 30 años ni nosotros ni la peluquería teníamos teléfono) y, si teníamos muchos clientes delante, nos íbamos al bar de "los Locos" a tomar un café y un zumo mientras hacíamos tiempo para que llegase nuestro turno en la peluquería.

Recuerdo también cómo mi madre aprovechaba esa visita al pueblo para llamar por teléfono a mi tía, si había suerte y estaba en casa en ese momento. Días de lluvia, mi madre, mi hermana y yo más los tres paraguas mojados, dentro de una cabina telefónica de aquellas que te metías dentro y cerrabas la puerta. Échale otra moneda de 25 (pesetas), decía mi madre. Por cierto, ¿dónde estaba mi padre? ahora mismo no me acuerdo, estaría en la peluquería o en el bar de "los Locos", sólo sé que 2 adultos y dos niños no cabían en esa cabina.

Otra actividad periódica que recuerdo era el momento de preparar las maletas el viernes por la tarde para ir, cada quince días, a casa de los abuelos a pasar el fin de semana. Siempre se me hacía eterno el momento de salir: ropa, ropa de repuesto, maletas, neceseres, algo de entretenimiento, deberes pendientes, etc. Y al llegar a casa de mis abuelos, poner en hora el reloj del descansillo de las escaleras y darle cuerda. Hubo un tiempo en que yo sólo miraba y cuando fui suficientemente "mayor" tuve permiso para tocar el reloj.

Ir a buscar berberechos a la playa es otro recuerdo que tengo de la infancia, íbamos muchos sábados y acercábamos el coche hasta el límite del camino y del mar para tener que cargar la mínima distancia con los berberechos. Una actividad que hoy está regulada y prohibida, por aquel entonces o no había regulación o no estaba vigilada porque era habitual en los sitios de costa. Recuerdo el clásico olor de arena y fango de color gris oscuro, en ocasiones negro. En verano se podía ir descalzo y en bañador pero en invierno, íbamos abrigados y con botas de goma. Las botas se hundían en esa mezcla de arena y fango y costaba sacarlas para avanzar. Recuerdo en una ocasión que al tirar del pie hacia arriba, la bota quedó enterrada y saqué el pie, como perdí el equilibrio tuve que poner el pie descalzo en la arena manchando y mojando tanto el pie como el calcetín.

Otras veces, es una situación del presente, un olor, una música, puede evocar recuerdos almacenados hace muchos años y de los que ni siquiera te das cuenta que los recuerdas. El otro día he recordado una situación de mi infancia gracias a una situación del presente. A veces subimos a nuestro hijo, de casi dos años, en una silla para que vea como cocinamos y si se puede le dejamos hacer algo como batir huevos. En esta ocasión estaba jugando con el cucharón de servir, subido a la silla frente al fregadero y se dispuso a hacer como que bebía del cucharón. En ese momento un recuerdo de mi infancia me vino al pensamiento: mis abuelos tenían colgado de la ventana de la cocina un pequeño cazo de aluminio para echar agua a las ollas para cocinar y mi abuelo lo usaba para beber. En cuanto pude alcanzar el cazo yo también lo usé para beber y eso es lo que recordé, una situación anecdótica de la infancia recordada por una situación anecdótica del presente.

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